Entre las consortes reales de Inglaterra hay una que destaca por su valor, así como por lo trágico de su destino: Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón. Casada con Enrique VIII, rey de Inglaterra -tras un breve matrimonio no consumado con el hermano mayor de dicho rey-, Catalina de Aragón, fue padeció una de las grandes desgracias de las testas coronadas, la incapacidad para dar un heredero varón al rey.
En 1533, después de veinticuatro años de matrimonio, el rey anuló su unión con la hija de España para poder casarse con su amante, Ana Bolena, una joven sin demasiada alcurnia, pero vivaz, inteligente y a la vez fogosa y temperamental.
Desgraciadamente para Ana la tragedia se repitió, incapaz de proveer un vástago varón, y carente de las conexiones que pudieran darle una digna salida del matrimonio, Ana Bolena fue ajusticiada bajo los (falsos) cargos de adulterio y traición al rey, siendo incluso acusada de cometer incesto con su hermano, así como de embrujar y hechizar al rey para lograr casarse con él.
Así, después de tres años y medio de matrimonio la desdichada fue ejecutada en la Torre de Londres, siendo degollada por el entonces famoso verdugo de Calais el 19 de mayo de 1536.
Pero la parte sobrenatural no estuvo exenta de tan dramática historia, y es que las tradiciones inglesas dicen que en la víspera de la ejecución de la reina Ana las velas de la tumba donde reposa la reina Catalina se encendieron solas durante las maitines, y a su vez volvieron a apagarse por sí solas a la hora del Deo Gratias.
Del mismo modo, recordando las acusaciones de brujería sobre Ana Bolena, hubo gente que dijo ver liebres en el instante de la ejecución, ya que la liebre era uno de los símbolos de las brujas en la campiña inglesa. Y así años después los aldeanos seguirían afirmando que en el aniversario de la ejecución de la reina Ana se veía a las liebres correr.
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